En este segundo capítulo, que no tiene desperdicio, Antonio Silva nos relata la primera carrera organizada por el club italicense con un desenlace imprevisto y posteriormente explicado. Este relato sigue inmediatamente al del anterior capítulo en el manuscrito. De nuevo lo transcribimos para mayor facilidad de su lectura y en este enlace exponemos el manuscrito original.


Llegó la fecha y esa mañana apareció en la calle central de la carretera una amplia pancarta en la que se saludaban a los neófitos del ciclismo de Santiponce.
Aquella mañana de domingo la calle principal del pueblo estaba de fiesta, pues se congregó en ella toda la población y amigos de otros pueblos entusiastas de este deporte, pues la población quería ver a aquellos en maillot y en calzoncillos cortos, cosa nueva en el pueblo, pues por aquellos años enseñar las piernas no era cosa que todos los días se veía en un pueblo donde no quedó una muchachita que no se concentrara en este lugar, a pesar de sus prejuicios tímidos religiosos.
El itinerario de nuestra carrera era desde Santiponce pasando por el pueblo de Las Pajanosas hasta la Venta del Alto y vuelta. Total 25 kilómetros y 25 a la vuelta. Total 50 km.
Fueron adornando unos coches con banderas del club en el que iba el botiquín, en otros con la directiva, otros en motos, lo que daba un amplio colorido a toda aquella caravana de coches, motos, ciclistas con camisetas de distintos colores, según las marcas de las bicicletas en las que corrían.
La carrera fue muy reñida, pues se hizo a un tren bastante bueno para principiantes, pues la salida fue de esas que podemos llamar hoy la de raqueta, pues se empezó a una velocidad fuerte con la cual bastantes no pudieron resistirla, abandonando la carrera a la mitad del camino. Los más fuertes continuamos a aquel ritmo, que no pudimos aguantar mermando la velocidad. Los corredores y prácticos en estos medios de competiciones previeron la imposibilidad de que el grupo de cabeza pudiera resistir el tren que llevaban. De 20 que éramos los participantes sólo llegamos a la Venta del Alto la mitad, y ya divididos en tres grupos.
El esfuerzo realizado fue inmenso para neófitos como éramos, pues todos queríamos llegar el primero, pues el que más y el que menos confiábamos en nuestras facultades de corredor. Los que teníamos nuestros admiradores, y muy especial entre las muchachitas del pueblo las que nos realzaban y nosotros no lo creíamos.
Antonio SilvaEsforzándonos por ganarla el regreso lo hicimos los tres más fuertes en donde, dentro de nuestra grande amistad que nos teníamos, en aquel momento éramos unas fieras por ganarnos uno al otro.
Todo el regreso fue muy bien hasta la llegada a la cuesta de El Peral, a tres kilómetros del pueblo en donde fue decidida la suerte de la carrera. José Rodríguez, el de Remolino, emprendió un despegue despegándose de otro José Rodríguez, el de Cigarra, el cual quedo también algo retrasado y yo que quedé en dicha cuesta en tercer lugar, por lo que me fue imposible darle alcance.
Pero es aquí donde viene lo más gordo.
Cuando me iba acercando al pueblo algunos amigos se me acercaron en sus bicicletas hablándome algo que no comprendía, pues cabreado por entrar el tercero yo empujaba para que la distancia que me separaba del segundo fuera lo más corta, pues yo lo veía y quería darle alcance. Otros me decían: ¡aprieta, aprieta que los alcanzas!.
He de decir que cuando me iba acercando a la meta yo ya había agotado todos mis recursos y ya no veía nada. La gente gritaba, unos aplaudían otros me pedían que frenara, pero yo quería entrar en la meta a la velocidad que es normal en estas competiciones.
Yo vi a un Guardia Civil que con las manos en alto me pedía que frenara. Yo ya no podía frenar y ¡catapún!, topé con aquel intruso que se ponía por delante nada menos que a cien metros de la meta. Yo caí rodando y el Civil también. Me cogieron, pues me había hecho daño hiriéndome. Me llevaron al club para curarme, en el que vi a una gran cantidad de personas que discutían con el cabo de los Civiles.
Cuando me curaban, un amigo se me acerca diciéndome: ¿sabes que la carrera no estaba autorizada y por eso el Guardia te ha cogido por el manillar de la bicicleta?.Yo me quedé de piedra.
-¿Cómo?, dije, ¿Qué no está autorizada la carrera?.
-Sí, no está autorizada, y por todo esto han puesto una multa al club.
El cabo prometió mandar un oficio al gobernador sobre nuestra violación del tránsito por la carretera. Los ánimos estaban muy excitados. A mi se me vino a la imaginación de seguida: bueno ¿y las dieciséis pesetas que hemos pagado?, ¿y lo que nos dijo Artillo?, ¿es que eso no es una orden, una autorización?.
Al cabo se le dijo que esta cuestión debía arreglarla con el señor Artillo, pues él tiene la autorización con el oficio del gobernador autorizando la carrera.
Cuando el cabo de los civiles escuchó esto, él se quedó con la copla y continuó amenazando y echando pestes.
He de decir que aquel cabo de los civiles con sus dos parejas estropearon lo más bonito y vistoso de nuestra carrera, que era la llegada al pueblo, pues el que más y el que menos quería presumir ante nuestros amigos y amigas, ante nuestras novias, las cuales se hallaban presentes presenciando la entrada de la carrera.
Por la tarde, cuando nos reunimos en el club, supimos que el señor Artillo no se hallaba en el pueblo, y alguien insinuó, recomendó, que dejásemos las cosas tal como estaban, que no pasaría nada, pues estábamos dispuestos a ir al Gobierno Civil a protestar. Éste que insinuó esto fue aquel chupatintas que nos ayudó a hacer el reglamento del club, y que como buen conocedor de la materia, conocía los bueyes con los que araba.
Al cabo de unos días el señor Artillo se excusó diciendo que no tuvo tiempo de avisar al cabo de los civiles y cuento acabado.
Resultado: el señor Artillo no hizo ninguna gestión en el Gobierno Civil, todos los oficios que enseñó fueron falsos, quedándose con el importe entregado por nuestro club, cantidad, que entre unas y otras cosas, pasaba de cincuenta pesetas de aquellos años, cantidad que robó a nuestro club y al Estado.

A continuación, Antonio Silva hace algunos comentarios sobre el señor Artillo donde no sale bien parado y que no vienen al caso. Relata que después de la experiencia el club hizo todas sus gestiones directamente ante el Gobierno Civil, ganando en eficacia y abaratando considerablemente los costes de las pólizas. Termina diciendo:

Nuestro club continuó con su entusiasmo participando sus socios en otros clubes de los pueblos inmediatos y de la capital, donde fueron corridas bastantes carreras y he de confesar que no tuve suerte, pues en una tuve una caída clasificándome mal, mejor dicho, muy mal. Más tarde participé en otras en Sevilla, terminando todas mis facultades de corredor ciclista, siguiendo siendo un entusiasta de este deporte, el cual hoy día me atrae y siempre que puedo no me pierdo una prueba.